El peso de los sueños no me deja caminar bajo el viento y te entiendo entre cortinas, en las sábanas, porque el sol está al otro lado, el que hace que, cuando despierto, empiece a flotar y me haga tan pesado que me aplaste contra el techo y, desde allí, observo la alfombra y su olor a humo de flores del jardín del turco, tu vecino, el de la cara sin cicatrices, por el tiempo y una pelea con su hermano del alma, que, por cierto, si pesa veintiún gramos, ¿cuánto pesan tus sueños? que me aplastan entre algodones y me hacen sentir tu sonrisa oculta, la de los domingos de palomitas y cine en un parque corriendo detrás de las mariposas que hacen volar pensamientos y crean huracanes retorciendo árboles, cristales y razón hasta volverla útil y reconocible por los huecos de los que están y los vacíos de los que se perdieron y nos dejaron la huella del peso de sus sueños en el alma de tu violín y de su música que fluye por mis venas, pesada, espesa, torpe por el peso de esos cotidianos sueños que ocultos en los cajones, en las entretelas vacían el alma saltando, ayudadas por el viento de las alas de las mariposas, de tus cortinas de ensueño, quién sabe si abiertas al sol del otro lado, el de los sueños del alma.

- No me extraña nada que tengas sueños...
- ¿Qué decías Alegría?
- Ves a esto me refería, en ti todo son variaciones de algo parecido a la razón