Abrazaban las ramas de sus árboles hasta cinco de esas inmensas superficies de agua.
Subida a una de las siete colinas, la vista se perdía entre el verde y el azul.
Es fácil imaginarse la cantidad de duendes que había, ya que de todos es conocida la atracción que sienten por el agua y la necesidad de colgar sus casas como farolillos ocultos entre las ramas.
Había, por tanto, duendes dobla-hojas, corta-rayos, mueve-aguas, tuerce-ramas, nadadores, voladores, arquitectos y hasta algún escuchador de puestas de sol. Todos tan necesarios como las hadas cuelga-estrellas, pero ya os contaré de ellas en otra ocasión.
Hete aquí que empezaron a salir en las tierras altas unos graciosos seres entre las cortezas de los alcornoques. Y ser divertido en tierra de duendes es un verdadero imán.
Hasta aquí todo parece razonable, y digo hasta aquí porque les dio por hablar, esto no es raro, lo curioso es que lo hacían en otro idioma y apuntando con tira-chinas escondidos tras grandes hojas de roble.
¡Vaya susto! Cuando empezaron a disparar y a romper todo.
¿Los duendes? Pues se enfadaron, y con razón, y vaya como son ellos para enredar, para liar, para agobiar...
Los curiosos seres, diezmados, sin atractivo y agobiados leyeron un comunicado:
"Que pasamos, que no lo volveremos a hacer, que cómo se nos ha ocurrido algo así..."
Todos lo oyeron, menos un duende tapa-botellas, que cansado de los curiosos y enrevesados seres los utilizó para su oficio, pero con la esperanza de meterlos dentro y después taparlos con hojas, como era su costumbre, pero no pudo y todos se quedaron atragantados en las bocas de los envases.
¡Mucho mejor!, se libró de ellos y logró que "encajaran" y tuvieran alguna utilidad.
Ahora los seres por fin tienen nombre: Corcho, que en el lenguaje duendil quiere decir los "perdona-duendes"
- Alegría, espero que sea un cuento...
- Lo es. Pero deberías leer más los periódicos...
- Vaya con la erudita
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