Sentada en la silla, donde esperaba la tranquilidad que ya no sentía en vida, gastaba sus últimos momentos. Respiraba el mismo aire una y otra vez, de forma dolorosa, perceptible. Los ojos puestos en una ventana, asomando a la nada de un campo de tejados. Pasos en los pasillos, en las escaleras, a su lado. Muchos arrastrando las zapatillas, los menos sabiendo donde ir. Murmullos sin sentido y un zumbido continuo de una lámpara mal ajustada y un lamento con un suspiro...
A su lado, su hija, armada de una lima multicolor va esculpiendo con delicadeza sus uñas mientras se ajusta sus recién estrenadas gafas una y otra vez.
Viendo sus manos ahora inertes, jamás se podría adivinar la de veces que rodeó otras rectificando malos trazos o acariciando miles de despeinadas cabezas o limpiando tozudos mocos. Cómo cortaron el aire acompasando sus explicaciones, mientras diminutos ojos se quedaban boquiabiertos. La de sartenes que movieron, la de calcetines que zurcieron. Cuantas caricias y a tantos...
Una pequeña luz, apenas perceptible en sus ojos hizo saber a su hija que algo divertido se le había ocurrido y quitándose la gafas clavo sus ojos en el mar de los de su madre...
- Peque, me gusta que me arregles las manos, no vaya a ser que piensen que no puedo hacerlo...
Y yo me acuerdo que me decía que me cambiara los calzoncillos cuando iba a salir con la bici que no me vaya a ser que te pase algo por ahí...
(A mi maestra, como tantas otras maestras)
1 comentario:
Prcioso..me han venido muchos muchos recuerdos..
Un beso Bicefa
Publicar un comentario