Todas las carnes blancas saben a pollo. El pensaba que sabían a pescado y en sus sueños saltaban los peces de colores en la selva, se escondían entre las sombras, se escabullían como lenguas de amantes.
Cuando desperté
en medio de la noche,
tenía hambre.
- Alegría, creo que tienes que hacer algo serio con esa adicción tuya al chocolate - Pena, ¡qué poco sabes de alegrías!
Se coló por una grieta de la pared, con todas sus moscas y sus barrigas hinchadas como balones de reglamento, hipnóticos, entrando y saliendo entre los tres palos, con bufandas al viento gritando, engordando cuerpos atléticos y sonrisas altivas.
Descubrió que no huele, el hambre no huele a domingo, no hay calendarios para los días vacíos, sólo eco, recuerdo y silencio.
Tras un gran estruendo, un saco con ayuda estatal entró por la ventana y reventó su frigorífico.
Cuando se cansó de leer la letra grande de agradecimientos, planes de alivio social..., buscó instrucciones para abrirlo y solamente encontró una del partido gubernamental: VÓTAME.
Y eso hizo. Botó el saco y la última semana que le quedaba por morir por el agujero abierto en la ventana, con la esperanza de reencarnarse en césped, de ese que logra que olvidemos el hambre y las deudas.
- Pena, muy mal se están poniendo las cosas para que alguien se pueda plantear esa salida. - Alegría, siempre es más duro el asfalto.