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2 de agosto de 2012

Revolución, por variar

Pintan el cielo
las estrellas naranjas;
es cosa de ellas

Caminar solo
ayuda a que te pierdas
por las veredas


- Siento que me ahogo, no aguanto este aire tan puro, Alegría.
- Pues tendrás que acostumbrarte, el aire allá arriba está más limpio aún.
- Ay el mar, 
¡la mar! 
donde brillan tus ojos.

12 de septiembre de 2010

Vericuetos

Es posible que vayan quedando trocitos de nuestro yo por las veredas.

Es por eso que nos vamos haciendo pequeños con la edad.

Primero absorbemos y crecemos y nos hinchamos de vida.

Cuando nos toca ceder, explicar, madurar, comprender, perdonar, callar, escuchar, vamos dejando de ser y nos regalamos para que otros medren.

Y cuando empezamos a entenderlo, emprendemos el camino hacia la sabiduría, que pide que nos desprendamos de lo nuestro y que las cargas propias sean ligeras.

Al final, el descanso del guerrero es poder seguir creando senderos donde perderse.




- Pena, no te desprendas de mí, ¿vale?
- Ay Alegría, si no puedes ir sola a ningún lugar... no ves que no sabes ni llorar...

5 de agosto de 2010

La vida

En una buena programación, lo primero siempre es marcarse un objetivo, saber hacia donde dirigir las naves. Marcarse un horizonte, buscar el final del arco iris, nuestro Everest personal...
Cuando vas teniendo edad te das cuenta que en lo más alto, suele haber muchas nubes, el horizonte avanza contigo y el arco iris... se desvanece.
Aún así sentimos la necesidad de marcarnos metas, aunque sean cercanas, una lista de la compra o de quehaceres (me gusta esta palabra). Nos gusta levantarnos por la mañana sabiendo hacia donde ir y acostarnos cansados de la vuelta...
Buscamos sentido a una vida que lo tiene en sí misma, ya que sin protagonista no hay película, ni tan siquiera un documental.
El final puede que esté bien, pero sigo pensando que lo que recordamos es lo que pasa en el camino.



¡Buen Camino, peregrino!

24 de mayo de 2010

Creciendo...

Estaban curiosamente calladas y acurrucas… pero ¿dónde? Se había convertido en costumbre oír esas voces y su ausencia era de una pesadez apenas soportable. Era un sinsentido.

…y se olvidó de ponerse la chaqueta, incluso un coche estuvo a punto de pillarle…

…y probó a caminar descalzo sintiendo el frío y el calor del suelo, la humedad de la hierba haciéndole cosquillas y a enterrar los pies en la arena mientras las olas subían y bajaban y el dolor cuando se le clavaban las piedras

…y descubrió que se podía caminar por lugares donde no había aceras, ni semáforos ni sitios donde ir, sin relojes

…y a volar

…y a respirar

…y a escuchar la música…


Y la alegría no supo que hacer y se lo susurró al oído a la pena, y así unidas como estaban… siguieron caminando por el tiempo con la mirada puesta en lo por venir…