- Es difícil desear felicidad en momentos de crisis... - ¿Crisis Alegría? El día que nos enteremos de qué es lo fundamental y dejemos de acumular lo necesario... ese día sí que van a sufrir la crisis de verdad. - Pues eso, ¡feliz día aquel!
- Mi madre, maestra vocacional de las de doña, parvulista por oposición en aquellos años 50, los de la larga postguerra rural, me contó que para poder trabajar, necesitaba hacer un servicio social que consistía en reclamar impuestos, armada de burro y acompañada de mi abuelo (o todo lo contrario), por los pueblos de ese León árido de bodega y vino rosa. En los 90, a mí me tocó conducir una ambulacia durante un año, como alternativa a jugar a la guerra y a esa cárcel que otros, más (o menos) convencidos, conocieron. En esta ciber-actualidad que pisamos hoy, el mayor compromiso social, no creo que sea apilar bolsas alrededor de una papelera atiborrada de cartones de vino, o sobreformarse ad infinitum, y eso, en el mejor de los casos... - Sí, perdone, pero ¿me hablaba a mí...? - ¡Ná! ...se pone mala la tarde, seguro que llueve pronto...
- Mucho llovió este mes, Alegría. - Y más que lo tiene que hacer. ¡A cántaros!
El hombre del traje gris, enamorado, descuidó su vestuario con notas de color y una clave de sol en su rostro. Hasta ahora me suena interesante, voy a segir leyendo. La culpa fue de Rosita con su piel de melocotón y su carita de primavera. Va bien, aunque empalaga un poco, quizás necesite un pequeño cambio argumental... Rosita tenía movilidad limitada y necesitaba cuidados continuos. Y esas espinas... Esto suena casi definitivo, veamos como sale de esta. Y ese olor... que hizo que un día, decidiera hacer más que evidente tanto cambio en su vida. ¡Uf!, me va a saltar el corazón, ¿qué pasó? ¿quién cambió? Armado con unas tijeras de acero inoxidable con aislante de ese de plástico negro y empuñadura ergonómica, fabricadas en un polígono industrial de la ciudad de Zhengzhou, separó a Rosita de su largo talle, de un corte preciso, y la colocó en el ojal de su solapa gris, para dar un toque fashion a su traje y olor embriagador a su vida. ¡Va, qué decepción!, el hombre del traje gris no era más que un cazador de trofeos... y el final totalmente previsible.
- Me quedé sin palabras, Pena. - Hoy puede ser un gran día...
DON MIGUEL: Fue Cide Hamete Benengeli el que lo encontró escrito y me dijo, que él no fue el que te hizo ver gigantes. Que todo tenía que suceder así. Quijano, por Dios, ¿qué vas a hacer?, baja esa espada, que estoy impedido y no me voy a poder defender como mereces. Sancho, amigo, cuéntaselo tú que sabes lo que me pasó en Lepanto luchando contra el turco. Además, si lo hice, fue porque:
escribir versos
siendo soldado fiero
está mal visto
y con este sueldo mísero que tengo, no me ha quedado más remedio que fabular.
ALONSO: No te mato porque si mueres, muero yo. Y matar muriendo sí que sería una locura.
SANCHO: Mire a ver mi señor Alonso, que más vale envainársela a tiempo que morir de una pulmonía en suelo ajeno y no vaya a ser que en el remedio esté la enfermedad contraída por descuido...
DON MIGUEL: Sancho, contigo me equivoqué, estás muy dañado, pero que muy dañado.
- Alegría, la suma de las partes suele ser mayor que el todo que las dividió. - Ya, sobretodo cuando intentas arreglar algo.
- Y esta fiesta... ¿qué pasó? - La matamos... - ¿A quién? - A la hiena. - ¿Dónde? - En su casa - ¿Por qué? - Atacó a nuestro pueblo. - Esa no era hiena, que era un paisano... - ...pero la matamos.
- Hoy seguro que no te pierdes el partido de fútbol Pena. - Seguro, tenemos rota la puerta de la cámara de aislamiento sensorial...
- Alegría, hoy he estado pensando mientras veíamos la tele... - Cuenta, cuenta... - Me pregunto qué programas tendrán, si nosotros vemos lo que vemos y estamos entretenidos... - ¿Dónde? - En el planeta Pedo-Pis