Antón Roseta se encargó de ello desde el primer momento. Tenía vocación trascendente y cara de joven promesa a la que nada se podía negar. Él lo sabía, y aguantaba el peso de su gran futuro realizando actividades rutinarias sin tener que pensar en nada más que hacerlas; eso era lo que más le hacía disfrutar. Armado de un reloj y un interruptor, encendía y apagaba el semáforo de la calle Abadía con Bernal.
Es curioso que nadie le preguntara si era daltónico, simplemente se acostumbraron al semáforo invertido que daba color a la ciudad y que tanto turismo atraía.
- Alegría, un trabajo rutinario es lo que te vendría genial a ti para no pensar.
- No gracias. Las limitaciones se hacen más evidentes en los trabajos sencillos.
2 comentarios:
Sin duda, una actividad muy trascendente, la de dar color a la ciudad.
Un texto maravilloso, Pedro
Un abrazo
delicioso micro, bicefa y le doy la razón a Alegría. Saludos rojiverdes van!
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