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31 de agosto de 2010

Aflojando nudos


Cuando era pequeño y era casi siempre feliz, aprendí algún que otro truco de mis mayores. Cosas tontas, de esas que escuchas cuando estás a lo tuyo y apenas prestas atención, de esas que terminan siendo detalles que se quedan marcados al fuego.

Recuerdo algo en apariencia simple...

Llego con mi padre del pueblo con la cosecha del sábado. Y las bolsas, una vez más, atadas con dos nudos, alguno de los cuales los había hecho yo... Y el enfado de mi madre porque le costaba mucho desatarlas, vamos le era prácticamente imposible. En realidad estaba cansada de estar limpiando la casa toda la mañana ella sola...

Era entonces cuando, con una dulzura no propia de un hombre de la época, mi padre se acercaba a ella con una sonrisa y le decía que tenía que tirar primero de uno de los cabos y luego del otro hasta que se iban aflojando los nudos poco a poco... y lo iba haciendo mientras mi madre la miraba, y se tranquilizaba...

Pues sí una sonrisa, dulzura, mirar a los ojos y poner cada uno algo de su parte, es lo que aprendí que había que hacer para deshacer nudos. Aunque estos estuvieran muy, pero que muy apretados, siempre terminan desatándose.


- Alegría, esto nuestro no lo separa nadie...
- Bueno, pero también tenemos nuestros momentos...
- No me los recuerdes, no me los recuerdes...