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14 de octubre de 2010

Regreso

Se asomó a la cafetera como quien busca un último aliento. En el fondo, una gota bailaba pegándose a los últimos posos. Fue al salón. Se derrumbó en el sofá, y mientras caía en él, mando en mano, pasó por no menos de tres canales: dos de tele-venta y otro, no sé, ¿de cocina? Apagó, tachó, fulminó la televisión. Miró hacia el tic-tac del reloj. Suspiró. Volvió a suspirar. Y, en un alarde de actividad frenética, empezó a doblar la ropa que estaba en el balde. Los pantalones primero, bien estirados y haciendo coincidir las costuras. Las camisetas, formando perfectos cuadrados y apilándolas por cubos. Los calzoncillos de Nicolás y la servilleta a cuadros verdes del colegio. La colocó en los armarios. Y de vuelta a la cocina se vio en el espejo del pasillo. Se paró. Volvió a mirarse. Fue al estudio y cogió un sobre. Copió con su mejor caligrafía su última dirección: la de las noches largas y los días claros. Se dobló con sumo cuidado y se metió dentro con el sigilo de un contorsionista.

Y se marchó en el correo de las siete.



- ¿Se fue así, sin más?
- Y sin menos, alegría.
- Es broma... ¿no?
- Mira a ver si está, si no me crees.