Cansado de cargar almas de una orilla a otra, Caronte presentó su curriculum en Venecia para trabajar como gondolero. Resulta que el sombrero le hacía bastante atractivo, aunque lo que no llevaba bien, más que nada por falta de costumbre, era eso de cantar en el trabajo, y mucho menos cuando le pedían el "Oh sole mio".
Con la crisis, empezó el patrocinio de Coca-Cola en las góndolas y le plantaron un gorro y un traje rojo con relleno para invierno, aún así pensó que cualquier cosa era mejor que volver a esa sombría laguna Estigia.
La Muerte, antigua compañera de trabajo un día, llevada por la envidia, se presento para hacerle rendir cuentas por, lo que ella creía, su abandono y no se le ocurrió mejor disfraz que el de bombero para que el hacha, su nueva arma justiciera pasara desapercibida. La suerte quiso que esa noche fuera otro el que trabajara por la zona haciendo su habitual ruta de reparto de regalos.
Los gatos salieron despavoridos.
Mientras, Caronte se comía una enorme pizza con una copa de champaña a la luz de las velas y del brillo del abeto de Navidad.
- Siempre que llega la Navidad te pones tan sobría, Pena.
- Si la Navidad me gusta, lo que no me hace tanta gracia es lo otro...